No fue hasta 1894 cuando el entonces alcalde de Chiclana, Juan García Baquero propuso arreglar el camino a la playa
Comienza la temporada de verano en nuestra ciudad y tras la larga cuarentena de cerca de cien días, las carreteras que van a La Barrosa y Sancti Petri, han vuelto a llenarse de vehículos circulando, con tráfico intenso, en ambos sentidos. El pavimento está en perfecto estado, sin baches ni grandes desperfectos por lo que el recorrido, por cualquiera de las vías, se hace seguro y agradable. Pero no siempre fue así. No siempre existieron estas buenas carreteras para La Barrosa, solo caminos o veredas de arena, sin apenas pavimentación donde caminar a pie, a caballo o en carruaje.
“Los caminos son locales de rueda y herradura” dice el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Madoz (1845-1850) para todos los del término municipal. No describe ninguno en particular hacia la costa y no hace mención de La Barrosa salvo para indicar que en “la parte de la costa y sitio nombrado de la Barrosa, se hallan las oficinas necesarias para la pesca y salazón del atún en la estación correspondiente, en que se arman dos almadrabas de buche, llamada una de la Barrosa y otra de la Cueva”. De ningún modo describe a nuestra playa como lugar de baños de mar y ocio. Los únicos baños que nombra son los balnearios de Brake y Fuenteamarga, de los que hace una extensa descripción. La moda de los baños de mar no había llegado aún a Chiclana.
Hasta finales del siglo XIX no se extendió la moda de los baños de mar
Años después, en el último tercio del siglo XIX, en España, la práctica de los baños de mar se extendió de la clase social más pudiente a otras con posibilidades de clase media imitando así a la europea. Los “touristas” –de la palabra francesa tour (vuelta) que realizaban los ingleses por Italia como viaje de conocimiento y estudio– llegaron a las playas del Norte de nuestro país y a otras del Sur de Francia para bañarse en el mar Cantábrico o en el Atlántico, más aconsejables ambos por los médicos para el baño que el constreñido Mediterráneo.
En Chiclana, antes de finalizar el siglo, en 1894, el alcalde de la ciudad, Juan García Baquero presentó en la sesión ordinaria del miércoles 14 de noviembre, un expuesto a la Corporación municipal para mejorar “el camino que va a La Barrosa” –un camino, por tanto, ya existente– con el fin de dar trabajo a los jornaleros y a los muchos obreros de la población ante la grave y angustiosa situación que presentaba la clase obrera en la ciudad “…vista el negro cuadro que de algunos años a esta parte presenta esta población en cuanto las contrariedades del tiempo suscitan la paralización del trabajo, debido a las malas cosechas que tienen abrumado al propietario y aniquilado al trabajador, y ante el temor (…) de que en el presente año pueda presentarse algún periodo más o menos largo de calamidad (…) pretendo armonizar, y para ello haciéndome eco de la pública opinión he reconocido el trayecto que media desde esta población á la playa de la Barrosa y reuniendo esta todas las condiciones que requiere los baños de mar, de que carece la población por la distancia y mal camino haciendo viable este, resultará indudablemente una notable mejoría a la población, á mas de evitar la salida de familias en la época de verano a buscar estos baños en otros pueblos”.
El objetivo del proyecto era dar trabajo a los chiclaneros
Y proseguía el alcalde en su extenso escrito, digno de exponer completo en otro momento, las ventajas y beneficios de acometer las mejoras que contenía los dos objetivos antes mencionados; uno para que la clase obrera tuviese unos recursos de los que carecía en aquella época de gran pobreza y otro mejorar física y sustancialmente el camino que llevaría más personas forasteras a visitar la playa.
Uno de los concejales, el señor Tenorio dijo “que le halaga sobremanera la conducta del Señor Alcalde por el interés que se toma a favor de la clase menesterosa, cuanto por el beneficio que además reporta el proyecto a todas las clases sociales, después del mejoramiento de la población”. Pero, sin embargo, opinaba “que debe estudiarse el proyecto por haber quien cree que el trazado puede hacerse por distintos puntos de partida y convendría optar por el que ofrezca mayor economía y comodidad”. Otro de los concejales, el señor Soba añadió “que por el callejón del Aguila es más cerca el proyecto”. Y el señor Quecuty expresó: “Hay dos caminos que se prestan al proyecto; uno el de Fuenteamarga y otro el callejón de la Cruz de los Pescadores, creyendo que por este último es más cerca el trayecto (…) solo debe tenerse presente con respecto al mismo la parte económica”.
Todos los caminos llevan a La Barrosa
El estudio del proyecto de estas obras, según «personas peritas» podría costar “trescientas pesetas y la obra en sí entre seis mil y ocho mil duros” (entre treinta y cuarenta mil pesetas) y que se comprometían a dirigir las obras sin interés alguno. Finalmente, conocidas todas las opiniones procedieron a tener la oportuna deliberación, acordándose aprobar el proyecto presentado y que se “disponga la práctica de dicho estudio (…) abonándose el importe del capítulo de obras públicas”.
Más tarde, a principios del siglo XX, el estrecho camino que comenzaba en el antiguo hotel de Sancti Petri e iba hacia el coto de San José, se ensanchó y arregló para que pudiesen transitar hacia la playa las galeras, coches malonas, carros y los pocos vehículos automóviles que existían en la ciudad. Fueron los cosecheros y vinateros los que aportaron una parte del presupuesto. Así fueron los comienzos de la carretera antigua de La Barrosa. Y curiosamente, tanto por el callejón del Águila como por el de la Cruz de los Pescadores, o por Fuenteamarga, hoy todos los caminos, todas las carreteras, conducen a… La Barrosa.