En estos días, en los que se escribe el prólogo de unas fechas de sabores, texturas y olores, las bodegas chiclaneras nos invitan a conocer la historia de los caldos chiclaneros
Con unas raíces culturales, patrimoniales y gastronómicas muy profundas, Chiclana, que hace unas semanas asistía a su centenaria vendimia, tiene en el vino una de sus grandes y más potentes señas de identidad.
Por sus calles, salpicadas desde hace siglos por bodegas de gran tradición y reconocido prestigio, se adivina un sinfín de aromas de caldos que han sido y son una constante en ferias, eventos y escenarios gastronómicos de primer nivel.
Calificados en su día como los mejores caldos del mundo por el poeta portuense Rafael Alberti, los vinos de Chiclana de la Frontera gozan de identidad propia, un carácter forjado a base del esfuerzo y el buen hacer de quienes, pese a los duros reveses sufridos en el sector, no han dejado de creer en la potencialidad de unas cepas, una meteorología y una tierra que han demostrado ser el maridaje perfecto para la obtención de productos de máxima calidad.
Conquistadores siglos atrás de los paladares más exigentes de la vieja Europa y de las indias, las bodegas Sanatorio, Miguel Guerra, Cooperativa Vélez, Primitivo Collantes, Barberá, Brisau, F.J. Ruiz y San Sebastián son hoy día las mejores refrencias de una cultura y estirpe viticultora que sigue fiel a un modelo de producción artesanal que da vida a casi medio centenar de caldos.
La localidad atrae cada vez más a los amantes de los caldos con identidad
Finos ligeros y aromáticos, perfectos para acompañar mariscos y pescados o un buen jamón ibérico; olorosos intensos y con carácter, idóneos para regar carnes rojas y tapas sofisticadas, y la selecta y reconocida variedad de vinos moscatel, complemento de éxito para postres y tapas, trasladan a quienes los saborean sensaciones únicas de una tierra que no se entiende sin el vino.
Una paleta de aromas y sabores que completan los perfumados amontillados chiclaneros, caldos que, con un especial regusto a mar, son el acompañamiento perfecto para el buen atún rojo.
Caldos, todos, referentes de una cultura viticultora y gastronómica que se puede descubrir en los numerosos y atractivos establecimientos hosteleros y hoteleros que se reparten por Chiclana, por la interior y la costera, así como en la decena de bodegas que salpica todo el territorio local.
Un tour por y para el vino del que, sobre todo en estas fechas cercanas a la Navidad, chiclaneros y visitantes pueden disfrutar y degustar. Legado que, en su conjunto y con todo detalle, se muestra en el Centro de Interpretación del Vino y la Sal.
Vinos que se integran en ese mágico triángulo geográfico dibujado por la desembocadura del Guadalquivir, el Parque Nacional de Doñana, el océano Atlántico y la campiña de Jerez regada por el río Guadalete. Un territorio perfecto para el cultivo de la vid gracias a un microclima único en el que el sol gobierna 300 días de sol al año.
Un marco, el de Jerez, del que Chiclana forma parte junto a municipos como Cádiz, Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Chipiona, Puerto Real, Rota y Trebujena y la localidad sevillana de Lebrija.