El Museo de Chiclana acoge desde hoy una muestra que conmemorar el 200 aniversario del nacimiento de la pionera de la enfermería
Entendía la enfermedad como la vía o camino que la naturaleza utiliza para deshacerse de los efectos negativos que han interferido en la salud de la persona. Y añadía que la salud era la capacidad que tenía el organismo para usar bien toda la energía que el individuo poseía.
“El ruiseñor de Florencia”, “El ángel de Crimea” o “La dama de la lámpara” son algunos de los apelativos con que es conocida esta extraordinaria mujer, pionera de la Enfermería moderna, creadora del primer modelo conceptual de la profesión, precursora del uso de la estadística, escritora, benefactora y, sobre todo, una mujer que dio “luz a la humanidad”. Dedicó su vida al prójimo con la intención de buscar, encontrar y prever mejoras para que éste alcanzase las mejores condiciones naturales y así poder desarrollar una vida pletórica de salud. Curó enfermedades, alivió el dolor ajeno, consoló, ante su inevitable final, al moribundo. Fundó escuelas de enfermeras laicas y reformó hospitales.
Con sus reformas cambió la concepción de los cuidados a las personas enfermas
Se llamaba Florence Nightingale y nació en Florencia –de esta ciudad toma su nombre– el 12 de mayo de 1820. De padres británicos –Williams Edward y Frances–cambió, con sus reformas, la concepción de los cuidados a los enfermos en la Inglaterra de la época victoriana. Vivió, a partir de los cinco años, con su familia en una residencia llamada Embley Park, un lugar en el campo, cerca de Romsey, condado de Hampshire. Fue educada en su propia casa, primero con una institutriz, después con su padre, que había estudiado en Cambridge. Leyó a los clásicos. Aprendió idiomas, aritmética, geometría y religión –la religión para ella fue fundamental en su vida–.
Al cumplir los 17 años y tras una primera epifanía mística, una llamada de Dios, –más tarde tuvo otras– supo que su misión era cuidar de los enfermos más desfavorecidos. Comenzó atendiendo a las familias pobres de su condado, curando sus heridas e incluso educando a sus hijos, a pesar de la oposición de sus padres, pues consideraban que una dama de su posición social no podía ser enfermera. Sin embargo, ella ya había tomado la firme decisión de continuar con su dedicación filantrópica-social y convertirse en enfermera-cuidadora. Otro de sus retos fue la petición en 1840, a sus progenitores, de estudiar matemáticas; algo inaudito en una mujer de la época. Lo hizo con el prestigioso profesor Sylvester. Fue su mejor y más destacada alumna. Después estudió estadística influenciada por el belga Quetelet.
Su gran hora con la Historia le llegó en 1854, durante la guerra de Crimea
En los siguientes años viajó por Europa –realizando el típico “Gran tour” de las familias acomodadas inglesas–. En 1849 estuvo viajando por Egipto conociendo no solo su cultura, sino la realidad social relativa a la salud de sus habitantes, así como los sistemas sanitarios que empleaban. En Alejandría estudió y practicó la enfermería en el hospital católico de las Hermanas de San Vicente de Paul. De su estancia en el país de los faraones escribió “Cartas desde Egipto, viaje al Nilo”, dirigidas a su hermana Parthone, publicadas en forma de libro. Tras cruzar el Mediterráneo pasó a Grecia y de allí a Alemania.
En Alemania visitó (1850) el hospital de las diaconisas de Kaiserswerth, fundado por el pastor protestante Theodor Fliedner y su esposa. Al año siguiente volvió para iniciar su periodo de prácticas. Un año más tarde continuaría su formación realizando sus prácticas en el hospital de Saint Germain, regentado por las Hermanas de la Caridad. Finalmente, trabajó como enfermera en el hospital de Lariboisère, también en París. Al regresar a Londres, en 1853, fue nombrada superintendente –sin sueldo– en el Institute fort de Care of Sick Gentlewomen.
Su gran hora con la Historia le llegó en 1854, con 34 años, durante la guerra de Crimea junto al Mar Negro. Un conflicto bélico entre el imperio ruso y el otomano con la participación de Gran Bretaña y Francia como aliados de los turcos. Una crítica de “The Times” sobre las pésimas instalaciones sanitarias en el hospital de Scutari, donde se atendían a los heridos de la batalla de Alma, en septiembre de 1854, provocó un torbellino político que decidió solventar el Secretario de Estado para la guerra, Sidney Herbert, amigo de Florence, enviándola como enfermera administradora al hospital. Junto con 38 enfermeras escogidas por ella misma observó y analizó las causas de los fallecimientos de los soldados en aquel hospital: falta de higiene, de ventilación, insalubridad de las aguas, heridas mal curadas, el cólera, la disentería, enfermos mal nutridos… Todas ellas hacían estragos entre los infortunados soldados.
De inmediato Florence puso en práctica sus conocimientos adquiridos sobre higiene y salud. Además, involucró a las esposas de algunos soldados para que ayudasen en la limpieza, ventilación y preparación de las comidas. Llegaron nuevos soldados británicos heridos o enfermos del campo de batalla de Balaclava, pero ya había mejorado la situación con la reorganización y las acciones higiénicas-dietéticas del hospital. Con ellas consiguió que disminuyera el número de fallecidos por los distintos procesos infecto-contagiosos. También levantaba el ánimo de los enfermos, pues en la noche, los atendía y consolaba alumbrándose con una lámpara –de ahí su sobrenombre, “la dama de la lámpara”–. Así mismo, les ayudaba a escribir cartas…
A su vuelta de Escutari, convertida en heroína, demostró a través de estadísticas, –“el diagrama de área polar”– la necesidad de emplear sus métodos higiénicos-sanitarios a los pacientes de otros hospitales de aquella Inglaterra decimonónica. Presentado su informe a una Comisión Real, los resultados llegaron hasta las manos de la reina Victoria, quien la condecoró por su actuación por su trabajo al frente del hospital de Scutari. Así se convirtió en la mujer más influyente de Gran Bretaña. Solo la propia reina era más influyente y popular que ella.
Su primer libro, “El arte de la enfermería”, sin pretender ser dogmático, fue una guía para todas las mujeres que cuidaban enfermos. En 1860 escribió su más famoso libro, “Notas sobre enfermería, qué es y no es”, y fundó la primera Escuela de enfermeras en el hospital Saint Thomas de Londres. Su método de estudio y prácticas influyó en otros países en donde se fundaron nuevas escuelas. Henri Dunant reconoció su gran aportación a la fundación de la Cruz Roja. Ella misma, antes de fallecer en 1910, creó la Cruz Roja Británica. Escribió más de 200 obras, entre libros, artículos y memorandos. A lo largo de su vida desarrolló una intensa labor social y educativa, a pesar de estar enferma –síndrome de la fatiga crónica, depresión– consiguiendo el respeto y reconocimiento internacional. Sin lugar a dudas, Florence Nightingale es una figura única, extraordinaria, que ha dejado una gran huella en el ámbito de la Salud Pública.