Durante años, esta famosa bailarina, actriz y cortesana afirmó falsamente ser hija del torero chiclanero
En 1928 el periódico “La Voz” –de Madrid– publicó un curiosísimo artículo escrito por el periodista Dionisio Pérez Gutiérrez (1871-1935) sobre la famosa bailarina, actriz y cortesana: Lola Montes o Montez (1821-1861), que también así la llamaban.
El artículo, intitulado, “Las imposturas de Lola Montes” llevaba por subtítulo: “Hija de Paquiro y viuda del general León”. El propio periodista nos advierte que, de Lola, de su biografía, se sabe lo que ella misma ha contado, por lo que “debiera considerarse como una obra nacional la depuración de la biografía”. No había nada de certeza o existían muchas lagunas; otros pasajes de su vida, son inventados. En cambio, sí era cierto que fue “más que reina de Baviera y más que la valida y la ministro, puesto que el primero y más sumiso de sus súbditos fue el Rey mismo”, el conocidísimo rey Luis I de Baviera.
Su verdadero nombre era Elisabeth Rosanna Gilbert, nacida en Irlanda
Al margen de esta historia de amor Lola decía que era hija de un rey, “el rey de los toreros: Francisco Montes Paquiro”. Pero el “señó Frasquito” como algunos le llamaban en Chiclana, rechazó categóricamente tal afirmación. Y resaltaba el periodista: “No contó con que Montes, el garboso torero de Chiclana, era hombre poco dado a bromas y repudió la paternidad que se le atribuía. Verdad es que en obsesión de españolidad Lola había ya tenido otros padres gloriosos españoles”. No solo era su obsesión parecer española, sino que lo sentía de verdad.
Una profesora la convenció para que aprendiese danzas andaluzas
Paquiro por aquel entonces era un joven de 16 años que vivía en Chiclana y estaba a punto de protagonizar una de sus “hazañas”. Los más antiguos aficionados al toreo y admiradores del diestro de Chiclana la recordaban años después. Un hecho histórico sucedido, aproximadamente, entre los años 1818 al 1820 en el término municipal de Medina Sidonia; en la dehesa de “Corbacho grande” donde pastaba la renombrada vacada de Valera. Entre los toros había uno que por su bravura embestía a todo aquel que pasase por el lugar; lugar cercano a viñedos y otras tierras de labranza. Sin miramientos el astado corneaba al más valiente. Las faenas en el campo estaban atrasadas aquel año y pronto había que buscar una solución. “Todos los esfuerzos que hacían los garrochistas de la comarca, así como los de vaqueros, mayorales y gente allegada á la afición con objeto de arropar al animal y trasladarlo, ya fuese a la ganadería, matadero ó circo local” fueron infructuosos. El rumor y la noticia corría por toda Chiclana… Hasta que llegó a oídos de Paquiro, un muchacho que ya se interesaba por el mundo de los toros. Paquiro se ofreció acabar con el asunto junto con un amigo. Así, con “un viejo capotillo de brega unos anteojos y una larga maroma (…) fue en busca del toro, atraparlo y trasladarlo a la casa de matanzas de Chiclana, sin requerir para nada el auxilio de galanes y cabestrajes”.
Solo al final de su vida Lola Montes reconoció su verdadera identidad
Y mientras Paquiro era aclamado en Chiclana por su hazaña, en el condado de Sligo de la lejana y verde Irlanda, Eliza Oliver, esposa de un militar inglés, daba luz a una niña a la que le impusieron el nombre Elisabeth Rosanna Gilbert; elevada años más tarde a la condición de aristócrata por Luis I de Baviera otorgándole los títulos de baronesa de Rosenthal y condesa de Landsfeld. A la edad de dos años quedó huérfana en la India y su madre la dejó al cuidado de una aya. No regresaría al Reino Unido hasta los cinco años de edad para ingresar en un internado. El tiempo y su inconformismo la convirtió en una chica rebelde, inteligente, guapa y sensual. Y cuando su precipitado primer matrimonio fracasó, decidió dedicarse al baile y la actuación. Una profesora encontró en ella ciertos rasgos andaluces y la convenció para que aprendiese danzas andaluzas; nacía la bailarina más famosa de su tiempo con la más famosa interpretación del “baile de la tarántula”. Debutó en Londres a los 22 años, después pasó a Alemania, Polonia… Fue amante de Franz Listz, de Alejandro Dumas y de Henri Dujarrier, periodista, que al fallecer la dejó desconsolada. Viajó a Munich y conoció al Luis I de Baviera con quien mantuvo una importante relación amorosa. Viajó a los Estados Unidos, donde siguió triunfando con la danza de la “araña”. Luchó por el voto femenino, la abolición de la esclavitud y contra la ley seca. Después viajó a Australia para regresar de nuevo a Estados Unidos. Fallecería en Nueva York, sola, sin familia.
Décadas después, ya en el siglo XX, Concha Piquer cantaba: “Lola Montes, Lola Montes tiene los ojos puñales / tiene los ojos puñales/ y va matando con ellos a los hombres más cabales…”. Y continuaba: “Pregúntale a Lola Montes, pregúntale y ella te contestará”. Nunca Lola contó la verdad de sobre su vida. Solo al final de ella, antes de cumplir los cuarenta años, reconoció su verdadera identidad.