Ya está cerca el tiempo de la Navidad; el de la esperanza y la alegría; el tiempo del amor y de la reconciliación, de la solidaridad… de los villancicos y el consumismo desaforado. Ya renace nuevamente en nosotros los buenos deseos de ser mejores, más justos, más conciliadores; deseos de compartir la vida sincera y fraternalmente con los demás. Ya vuelve la tradición milenaria, “cual torna la cigüeña al campanario…”, como dijera don Antonio Machado en su conocido poema Del pasado efímero.
En nuestro tiempo, tan efímero como el machadiano, además de hipermoderno y supertecnológico, la Navidad sigue estando cargada de mitos colectivos compartidos en torno a ella, pues somos herederos de la tradición y religión judeo-cristiana. Si existe un periodo en el año en el que los mitos y sus símbolos están más presentes en todos nosotros, ese es el periodo navideño, también llamado del ciclo invernal de la alegría que se hace coincidir con el solsticio de invierno. Es un tiempo festivo en muchas religiones y en todas tiene un carácter mítico.
Si existe un periodo en el año en el que los mitos y sus símbolos están más presentes en todos nosotros, ese es el periodo navideño
Decía Levi Strauss, famoso antropólogo francés, que mitos y símbolos, con sus diversas significaciones, se encuentran en todas las culturas y sociedades rigiéndose por unas determinadas reglas, y que ambos no se hallan desprovistos de lógica y sentido, pues cumplen un papel importantísimo en ellas. En nuestra cultura occidental –eje vertebrador de la sociedad en la que vivimos– la Navidad tiene desde hace más de dos mil años un sentido teológico, pues parte de una formulación religiosa: el misterio del nacimiento de Jesús de Nazaret. Y tiene, por tanto, su cosmogonía que explica el origen mítico de nuestra cultura; un conjunto de creencias y valores; de nuestra manera de ver y entender el mundo. En suma, nuestro universo simbólico.
Así, entre el mito, los rituales simbólicos y las realidades, vuelve la Navidad en un tiempo donde se reproducen, entre otras manifestaciones culturales, una mayor abundancia de relaciones sociales humanas más cercanas, más íntimas y familiares. Llegan con sus nuevas prisas, sus compras, su tiempo vacacional –idas y venidas–, sus comidas, sus encuentros familiares y la alegría de los que vuelven y envuelven la casa por Navidad.
Lejos queda, para la inmensa mayoría, otros periodos de escasez, frente a los dispendios consumistas de ahora.
Dentro de unos pocos días seremos muchos aquí, y me refiero a Chiclana, los que abrazaremos a los hijos y nietos lejanos en la distancia; los que compartamos sonrisas y felicitaciones en la calle de la Vega y adyacentes, la ilusión de las compras, regalos… y en la mesa: los langostinos, la caña de lomo, el buen queso, el solomillo y otras viandas. Lejos queda, para la inmensa mayoría, otros periodos de escasez, frente a los dispendios consumistas de ahora. La sobreabundancia y el derroche nos supera desde que Margaret Thatcher y Ronald Reagan impulsaran una política económica, neoliberal capitalista creando la doctrina del consumismo allá por los años ochenta. Desde entonces, y después de la gran crisis de 2008, nos sobrepasa; después que el Papa Francisco en las navidades del pasado año advirtiera del exagerado consumo en las sociedades opulentas frente a otras de miseria y hambre: “El consumismo es una enfermedad psiquiátrica”. Y este año ha vuelto a recalcar: “el consumismo es un virus que infecta la fe desde la raíz”. Pues bien, muy a pesar de ello, se continúa derrochando del mismo modo. Parece como una reminiscencia de un pasado pagano –las saturnales romanas de diciembre y las calendas de enero– pero, como señaló el antropólogo Julio Caro Baroja, su relación no se basa en lo histórico, si no en que actúa cumpliendo una función y es esta la que los asemeja.
hay otra Navidad que no ha perdido su esencia ni su mito de origen: la celebración de la natalidad de Jesús
Sin embargo, hay otra Navidad que no ha perdido su esencia ni su mito de origen: la celebración de la natalidad de Jesús, el Salvador, un sentimiento religioso que en estos días invade el corazón de los practicantes católicos; un sentimiento de amor y generosidad que no está reñida con la jocosidad en los festejos, pues ambas son características inherentes a nuestra religiosidad popular, y también a la devocional.
Disfrutemos de estas fiestas de Navidad con los nuestros, amigos y familiares, sin olvidarnos de ser generosos. Siempre habrá una ONG dispuesta a recibir, para luego dar, “el don de dar” un poco de nuestra solidaridad a los demás; el mejor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos.
José Luis Aragón Panés