Ahora que se acerca la navidad, días que se caracterizan por una gran ingesta de marisco y jamón, es bueno saber que la excepcionalidad creada por el maldito coronavirus ha devuelto el sentido humano a fechas tan entrañables, definición que detesto, por cierto.
Así, cuando deberíamos estar planificando una orgía de excesos culinarios y nos deberíamos andar dejando los cuartos en adquirir miles de regalos, innecesarios en su mayoría, sin querer, hemos retornado al sentido original de las fiestas, pasar un buen rato en compañía de nuestros familiares y, cómo no, allegados.
Porque esta sociedad de consumo es lo que tiene, toda fiesta nos conduce de manera inexorable a la compra desmesurada para obtener los bienes materiales que precisamos para ser felices. Estos días, de manera atípica, parece que nos preocupa un poco más, pasar una velada con los abuelos, o con las primas de Sevilla, lo que agradezco mucho.
El negocio nos rodea. Lo hace también en lo más miserable, en la salud. Así, estamos siendo testigos de la mayor empresa comercial de la historia reciente, la compraventa de millones de vacunas, imprescindibles para recuperar la ‘robada normalidad’.
Soy de los que piensa que cosas tan sensibles como la sanidad o la educación jamás deberían ser objeto de mercantilismo, porque hacer negocio de bienes imprescindibles nos resta la humanidad a la que me refería anteriormente. Así, puedo decir que, a pesar de los esfuerzos de médicos y sanitarios, he podido detectar una curiosa deriva de la sanidad hacia lo privado, fruto de la casualidad, entiendo. De idéntica manera, estos días que se discute la ‘ley Celaá’ he podido oir a ciertos líderes políticos hablar sobre la necesidad de tener una educación privada, autónoma y sin las dificultades que supone ajustarse a un sistema de formación ecualitario. Otro pelotazo.
Aquí, en Chiclana, estamos siendo testigos de lo importante que es mantener en lo público servicios sensibles para la ciudadanía. Así, recientemente podíamos leer en la prensa cómo ha crecido el número de personas que reciben atención del servicio de Ayuda a Domicilio desde que volviera a manos municipales junto con el de Limpieza de Edificios Públicos. Este aumento de usuarios por supuesto que ha requerido de un gran esfuerzo organizativo, que a su vez ha creado empleo y ha formado a personas que ahora cuidarán a quienes más lo necesitan, y todo desde lo público.
No dudo que haya empresas que hagan de mil amores estas funciones y entiendo que la economía requiere que se cree negocio, pero permítanme que les diga que NO con lo que nos robe la humanidad, no con lo que nos encuentre en un momento de vulnerabilidad, no con la salud, jamás con la dependencia.
Si un maldito virus nos ha devuelto un sentimiento amable que prodigar durante estas fiestas, que no lo perdamos para volver a convertir la navidad en una cuenta atrás hacia el desenfreno del mercantilismo. Felices fiestas, y que las disfruten conscientemente.