En 1577, un informe destaca lo desprotegida que se encuentra Chiclana, aconsejando la instalación de una pieza de artillería en la torre denominada Castillo del Lirio
El 15 de ese mismo mes, llegará a la Villa Luis Bravo de la Laguna, que será recibido “a caballo y a pie”. El comisionado de Felipe II para describir las defensas de la costa occidental andaluza, aportará datos de enorme importancia pese a su desconocimiento en ingeniería militar y a su delicado estado de salud. En su informe sobre Chiclana destaca lo desprotegida que se encuentra la Villa –abierta–, sólo con una torre llamada Castillo del Lirio, aconsejando la instalación de una pieza de artillería en ella para avisar a la población ante una posible incursión enemiga.
Ese mismo año de 1577, se producirá un nuevo enfrentamiento entre Cádiz y Chiclana tras los problemas de jurisdicción que mantuvieron en torno al pasaje de la barca de Sancti Petri, una de las vías de comunicación que poseía la Villa. La Real Chancillería de Granada fallará a favor de Chiclana en 1575.
Esta segunda disputa con Cádiz –desde julio de 1577– se producirá cuando alguaciles y alféreces de la ciudad lleven navíos de la Berbería por el río Sancti Petri, quebrantando así, la reciente jurisdicción adquirida por Chiclana. Este hecho originará un nuevo pleito como vemos reflejado en el Acta de 26 de septiembre del mismo año.
Ante cualquier avistamiento, el Cabildo se apoyaba en el Cerro de Santa Ana
La defensa de la costa, como hemos estado viendo, estaba constituida por las torres de Roche –término municipal de Conil–, de la Cabeza del Puerco, de la Alpuepera y Bermeja. La Torre del Puerco y Torre Bermeja se remontan a la Edad Media, y la Torre de Roche se comienza a gestionar desde 1566, finalizando su construcción entre 1576 y 1577. La Torre de la Alpuepera es una incógnita pues, aunque las referencias son constantes en las actas como hemos estado viendo, carecemos de la ubicación exacta y la fecha de su construcción. La escasa bibliografía que hace referencia a ella, la datan sobre 1577, añadiendo que sus restos se encuentran sepultados por las dunas, no diciendo dónde. Pero, en los documentos del Archivo encontramos menciones desde el 9 de junio de 1566 en plena actividad. Por lo tanto, es una torre más antigua de lo que se pensaba hasta ahora, aunque con seguridad, fue la menos importante de las tres torres chiclaneras.
Además de la huidiza torre de la Alpuepera, resulta extraño que a lo largo del siglo no se mencione ninguna guardia en la isla de Sancti Petri, punto estratégico fundamental. Datada su torre atalaya en torno al año 1610, se sabe que existieron edificaciones anteriores a esa fecha, como la torre vigía construida por Benedetto Zacarías en el s. XIII. En la cartografía del s. XVI, siempre se dibuja alguna edificación sobre el islote, aunque en apariencia y comparándola con otras como las Torres de Hércules en Cádiz o San Romualdo, no parecen construcciones militares.
El repique de las campanas alertaba a los vecinos de Chiclana
Como hemos comentado ya, a cada avistamiento, a cada noticia que llegaba a la Villa mediante el complejo sistema de atalayas de la costa, el Cabildo actuaba con rapidez apoyándose en el Cerro de Santa Ana y desde allí, al Castillo del Lirio, único elemento defensivo urbano. Todas las respuestas se basaban en el envío de peones, arcabuceros y caballeros a la playa para repeler un posible desembarco enemigo. El repique de la campana de la iglesia alertaría a aquellos que se encontraran en la Villa y a aquellos otros que trabajaran en los campos.
El núcleo urbano debía protegerse. La Chiclana del s. XVI debió de poseer cierto desorden urbanístico, además de problemas de salubridad, pues tanto en agosto de
1566 como al año siguiente, el Cabildo ordena no tirar aguas, inmundicias y estiércol
a las calles. La ordenación urbana estaba condicionada a un crecimiento rápido basado más en la improvisación derivada del auge demográfico, que a un planeamiento racional. Así, ya desde 1551 encontramos un acuerdo del Cabildo en el que se exige a los propietarios de inmuebles que las calles vayan derechas o alineadas, pues estaban creando problemas en las huertas y en solares, sobre todo, en aquellos próximos al embarcadero, epicentro comercial de la Villa, pues las mercancías circularán principalmente por esta ruta hacia Cádiz. En 1567, este problema aún no se había solucionado pues el Cabildo incide en ello.
De sobra es conocido que la Villa no poseía murallas que la protegieran de las razias enemigas, hecho que lo confirma el nombrado Luis Bravo de la Laguna en su informe de 1577. Pero bien es cierto que, cuando la peste amenazaba a la Villa, esta se cerraba completamente para controlar el paso de personas y mercancías. La descripción no es detallada pero sí se refleja de manera clara en las actas del 17 de febrero de 1571 que, ante un terrible brote de peste, se mandan colocar “las puertas en el puente” y cerrarlas con llaves, un hecho bastante significativo.
Hay que recordar que nos encontramos en una época donde el “mal contagio” ocasionaba terror en la población. Si las noticias que llegaban en 1568 desde Sevilla sobre la peste hicieron reaccionar a los dirigentes municipales, más preocupación causó la de 1570, epidemia que se cebaría con Puerto Real, El Puerto de Santa María y Jerez. El Cabildo, para combatir la peste utilizará el aislamiento de la población, además de mandar traer a un médico para tratar a los pacientes. El salario de este facultativo será uno de los temas más repetidos en las actas durante los meses posteriores. Será en 1571 cuando la virulencia de la epidemia se hará más evidente en Chiclana. Además de las habituales medidas sanitarias, se cerró la Villa y se controló el pasaje en barca de Sancti Petri, que unía a la población a Cádiz por la costa. Será tal el azote que sufre la Villa que, en septiembre del mismo año, las actas recogen la mucha pobreza y necesidades que se padecían debido a la peste.
Aunque el cerramiento para combatir el mal contagio no era de índole militar, esta circunstancia pudo cambiar en parte en 1577. El Cabildo acordará realizar un muro por delante de las casas de dos vecinos, con la altura necesaria para que las personas y cabalgaduras “no se despeñen, caigan y maten”. Esta muralla proyectada en una de las puertas de la Villa, situada a los pies de la calle Cabezo – denominación ya utilizada entonces– debía de tener almenas, desde las cuales, tal y como dicen las actas, se divisarían los campos. Ignoramos si esta construcción se llegó a realizar o no, pero su fisonomía ya refleja unas connotaciones defensivas de carácter militar. No hay más referencias ni restos arqueológicos pero, al menos, comprobamos una preocupación por defender el núcleo urbano de Chiclana ante los constantes ataques piratas. Quizás sólo sea un amago por fortificar la Villa, un nimio gesto, pero la mera intención de llevarlo a cabo, ya refleja todo un reinado y una época.