Los fondos de la colección municipal de arte tienen procedencias diversas, como premios locales, adquisiciones o donaciones
Con el tiempo, mucho o poco, las colecciones particulares se dispersan por el espacio y se diluyen en el tiempo, de modo que, al hacer memoria, terminan por permanecer las obras amparadas de una u otra manera por la oficialidad, la misma que primero encarga pero que luego, además, custodia, conserva y difunde.
La colección municipal -la del Ayuntamiento y/o de las empresas públicas, o sea: la nuestra, de todos- posee cierta relevancia, incluso piezas también notables. Son, en principio, las llamadas a perdurar. O, al menos, las que más fácil tienen resistir las embestidas del tiempo, su silenciosa carcoma. Por esto, conviene que esta colección pública sea lo suficientemente representativa y que, con cierta equidad, nos cuente sin sesgos qué se hizo aquí en esto del arte durante un tiempo… o dos.
Estas creaciones son un retrato de la realidad artística de Chiclana
Los fondos de la colección municipal de arte, que son no tan escuálidos como alguno podría desde fuera pensar, tienen procedencias diversas. Premios locales -aquel Ciudad de Chiclana, que ya no, o aquel Jóvenes Valores, que tampoco; adquisiciones o compras; donaciones, que también, como las meigas, haylas, y no pocas.
Pensando, en concreto, en la obra de artistas plásticos más o menos vinculados a nuestra tierra -los de aquí de toda la vida o de un rato largo y más o menos enraizados-, observamos que los hay largamente representados, poco representados o mínimamente, incluso no representados. Esto, sin entro en matices de justicia -porque está muy bien que estén los que están-, empobrece a corto plazo la colección y, a un plazo algo mayor, falsea la memoria de una época, …o dos, que, siendo la vida breve, ningún tiempo es largo.
Atentos, pues, a esto, vimos qué función nos puede corresponder, como Museo, para salvas estas launas y equilibrar la cosa. Habíamos de echar un vistazo, teníamos que poner el oído. Y en esta línea venimos trabajando en los últimos años: que todos -y todas-, que siempre son sólo una parte, encuentren aquí lugar, un lugar que sea más que sólo espacio, aunque también.
Estas piezas pueden contemplarse en las salas del Museo de Chiclana
Aparte la ampliación de la presencia de los artistas más clásicos del XIX -Gessa (también sus discípulas) y Juan Antonio González o Godoy- o del XX, como Agustín Segura (cuyo espacio hemos enriquecido con piezas, además, de sus contemporáneos Enrique segura o Cruz Herrera), hemos prestado atención a muchos nombres de quienes ahora mismo hacen su obra. Artistas de aquí mismo o de aquí al lado, pero con estrecha vinculación a Chiclana..
Antonio Benítez, por ejemplo. No había nada suyo en los fondos municipales. Enrique Quevedo, del que no hay mucho. Agu Ariza, del que hay menos. Kapry, del que no había nada. Cabillas, Eduardo Martínez. Adolfo Valderas, Dodero, y tantos otros. Ya tenemos algo. O algo más. La generosidad de ellos no ha sido en este acrecentamiento -en número y diversidad- de los fondos municipales asunto menor.
¡Y ellas! Que apenas si están las mujeres presentes en estos fondos. Y las hay. Estupendas también. Algunas con trayectoria larga y aquilatada, como Paloma García “Rufus”. Y otras muchas, de las que cito sólo aquellas que van cobrando presencia en nuestros fondos, como Mari Carmen Huerta o rosario Ramos. Aunque tomamos nota de las tantas que nos quedan por incluir: María Jesús Periñán, Julia Leal, Ana Aragón, y tantas más. No hay espacio aquí, en estas líneas, aunque sí en nuestra memoria. Esperemos que también en el Museo. O, en su defecto, en los espacios expositivos públicos. Para todas y cada una. Y para los ellos antes mencionados también. Y los que vengan. Y que sean muchos. Y los que ya estaban, claro. Y entre todos, un retrato más o menos fiel de la realidad, de nuestra realidad artística,, la del rato que nos toca vivir., el rato de nuestra responsabilidad.