La vuelta al cole ha sido siempre un momento de nervios, forrar los nuevos libros, guardar rotuladores, lápices y bolígrafos en la mochila y de reencuentro con los amigos después de un largo verano y con muchas cosas que contar.
Sin embargo, este año, la vuelta a las clases, de las que se falta desde el pasado 13 de marzo, está protagonizada también, como tantas de las actividades que creíamos inmutables, por el Covid-19. Una pandemia que obliga a padres, profesores y alumnos a acostumbrarse a muchos cambios, a nuevas rutinas y medidas de higiene. Todo para intentar frenar al virus y que las puertas de las aulas recién abiertas no tengan que cerrarse. Un nuevo curso escolar que es, sin duda, el más atípico de los que hemos vivido en nuestra historia y en el que los alumnos tendrán que aprender a convivir en la distancia de seguridad, algo más fácil de decir que de cumplir, especialmente por los más pequeños. Durante el confinamiento, profesores y alumnos hicieron un esfuerzo considerable por mantener la actividad educativa a través de la pantalla del ordenador, la tablet o el móvil. Una educación on line que puso de relieve la brecha digital que existe y que perjudica a las familias más vulnerables.
Por eso, ahora que empieza el curso, antes de criticar, sería bueno que los padres y madres se pusieran en la piel de los profesores que, sin ser sanitarios, han hecho y van a hacer un gran esfuerzo por garantizar en todo lo que sea posible que los alumnos no se contagien. También sería de desear que los responsables políticos dejaran de utilizar el miedo a volver a clase como arma arrojadiza y dedicaran sus esfuerzos a poner en marcha de una vez las medidas necesarias, es decir dinero, para modernizar nuestros colegios, bajar el número de alumnos por clase y contratar a más profesores. Que es lo que los padres quieren.