El Centro de Salud de los Gallos está a punto de finalizar sus obras de acondicionamiento tras años cerrado a cal y canto viendo pasar el tiempo y deteriorándose a pasos agigantados. Ayer el alcalde y la delegada de vías y obras visitaban este centro sanitario que dará servicio a esta zona y a la costa, y trasladaron la promesa de la empresa que lleva a cabo a las obras, asegurando que para agosto estaría finalizado. Luego vendrá otro tiempo más para que abra sus puertas al público.
No les voy a cansar con el culebrón administrativo, cruce de acusaciones y otros detalles, pero resulta frustrante ver cómo miles de euros desaparecen porque quien tuvo que hacer bien su trabajo no lo hizo. Y esto me lleva a pensar que la maquinaria institucional es un enorme elefante que se mueve con desgana y a veces, entra en una cacharrería destrozándolo todo a su paso.
No soy un defensor de lo público per se, ni tampoco de lo privado, pero lo que sí defiendo es el trabajo bien hecho, la profesionalidad, la honradez, la sinceridad y todos los atributos que a cualquiera nos deberían venir de serie y no como un extra. Sin embargo, nadie me podrá negar que si esto lo trasladamos al ámbito doméstico, podremos llegar a captar la dimensión de semejante chapuza.
Alguien que haya querido construir su casa, o bien hacer una reforma, no concebiría en ningún caso que al ver cómo ha quedado, le ocurriese como al de aquella célebre comedia titulada “Esta casa es una ruina”. Y no lo permitiríamos porque por el camino, se llevan nuestro dinero, nuestras ilusiones y nuestro proyecto de vida.
Debemos ser más críticos con lo que se hace con nuestros impuestos, con ese dinero que nos quitan del bolsillo para teóricamente invertirlo en cosas de las que todos nos beneficiaremos. Debemos exigirle a quienes nos representan y gestionan, que sepan estar a la altura de sus responsabilidades y que sepan dar la cara y admitir los errores y pagar por ellos. En lo público apenas ocurre. En lo privado, el despido sería fulminante.