Quede claro que el término con el que abro este artículo no es, para nada, santo de mi devoción. En absoluto. De hecho tampoco lo es de la Real Academia de la Lengua, que cerraba el pasado 2017 sin reparar en el mismo pero admitiendo otras dos perlas, como son “chusmear” o “buenismo”.
Por “cuñadismo” se entendía, hasta hace poco, al propio hecho de favorecer a un cuñado por encima del resto del personal, situación que hemos vivido todos y que suele tener su manifestación más rotunda en el lugar en que le sientan a uno en la mesa de sus familiares políticos.
Pero esta palabra ha obtenido un nuevo significado, y ahora tiene bastante que ver con la capacidad de opinar con firmeza de todo lo que a uno le rodea y siempre desde la perspectiva de todo un experto en el asunto en discusión.
Quede claro que ésto ya existía, de toda la vida. Pregunten si no a mi amigo Diego, de la Tasca el 22, a cuántos de estos personajes habrá tenido que soportar desde el otro lado de la barra, eso sí, siempre desde la más estricta etiqueta y cumpliendo los cánones confidencialidad que solo practican los más altos taberneros del reino. A muchos. Pero claro, en el bar o en la cola de la pescadería, quedaba la cosa de que a uno le escuchara la persona contigua y, por educación, se moderaba el volumen, o la opinión, con la intención de no importunar a esos desconocidos.
Ahora, en las redes sociales, hemos perdido la sensación de molestar a los demás, y ejercemos el “cuñadismo” alegremente, de manera desconsiderada, y sin pensar que atentamos contra el criterio de los demás o contra el buen gusto. No somos conscientes de que, abrir un comentario en una publicación pública es el equivalente a salir con un megáfono a la calle y claro, llegan las consecuencias.
La primera suele ser que otros doctos suelen tomar partido, aseveración en mano, para ilustrarnos sobre su sapiencia de barrio y, sobre todo, porque en España gozamos de la libertad de expresión y se usa, incluso para dar coces al diccionario. En segundo lugar pueden aparecer las personas moderadas que intentan matizar nuestra intervención, como si necesitáramos a un celestino de facebook, a estas alturas de la vida… Y, por último, aparece la persona a que realmente se dirige nuestro descarnado comentario, quien debería también entender, de una manera u otra, que el que más y el que menos, siempre ha tenido un cuñado que por hablar demasiado ha dejado de comer.