Ahora que está tan de moda divagar sobre enfermedades déjenme que les hable, queridos lectores, de una fiesta que estaba “muy malita”, como diríamos en Chiclana: el Carnaval.
Hará no muchos años esta celebración era un enfermo incómodo, una pantomima que se ejercitaba a la sombra del éxito que procesaban las “coplillas” allá por los años 80’s y que se reanimaba año tras año con la intención de que sobreviviera, aunque siempre con escasas esperanzas.
Tal es así que, salvando la cabalgata del humor que siempre ha contado con una gran participación, en nuestra ciudad no se veía color en las calles, apenas de disfrazaban las personas y las agrupaciones viajaban de mañana dirección a Cádiz, en la honrosa búsqueda de una esquina en la que hubiera personas que les quisieran escuchar cantar.
Afortunadamente el enfermo empieza a dar muestras de recuperación. ¿Quién habrá sido el insigne doctor que ha conseguido la milagrosa cura?. Pues supongo que todos y ninguno a la vez, pero está claro que la sucesión de los últimos años ha llevado a la fiesta de Don Carnal a una mejoría apreciable.
La fiesta de Don Carnal ha mejorado notablemente durante los últimos años
Así, el experimento “in vitro” que supuso recuperar las agrupaciones callejeras durante una “Noche en Blanco” del pasado verano, ha sido uno de los revulsivos de este Carnaval, que impulsado por nuestro pregonero “Ramoni” ha cerrado una consecución de magníficas jornadas festivas.
Se suma a todo esto, claro está, el esfuerzo de esas abnegadas madres que llenan de energía el pasacalles infantil, el saber hacer de quienes han contratado a los primeros premios del concurso del Falla, para disfrute gratuito del personal, y, por supuesto, se debe al tesón de las agrupaciones chiclaneras, que año tras año preparan sus letras y sus tipos, con la mejor de las intenciones.
Todos estos remedios comienzan a dar sus frutos y el carnaval ha dejado de ser solo una procesión de jóvenes en la cola del autobús de Cádiz. Ahora ya se disfruta de la carpa por la noche, de los coros a la puerta de los bares y de los soportales en los que se escucha a algún romancero mofarse del tranvía.
Y es que, como decía el célebre Gabriel García Márquez “No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.”