El autor analiza la vida en la ciudad durante la ocupación por parte de las tropas francesas
A principios de marzo de 1811, los habitantes de la villa de Chiclana se hallaban inmersos en una difícil encrucijada después de un año soportando el peso –moral y económico– del mantenimiento del Primer Cuerpo del Ejército Imperial del Mediodía francés. Muchos chiclaneros habían perdido familiares, bien por enfrentamiento con el ejército francés, bien por inanición. Además, su economía estaba mermada como consecuencia de las cargas fiscales impuestas por los invasores: las temidas contribuciones mensuales y el aumento de arbitrios municipales a productos de primera necesidad. A ellas había que añadirles los gastos que debían sufragar en utensilios, comidas para los jefes y oficiales, así como los granos, paja y leña para la tropa; la atención al hospital militar, y al lazareto instalado fuera de la villa. Y como la hacienda municipal no tenía caudales suficientes para atender todas las demandas que se les exigía, la Comisión Imperial de secuestros de bienes decidió que los primeros en sufrir la merma en sus caudales y patrimonio fuesen los llamados emigrados: vecinos de Cádiz, la gran mayoría con casas y tierras de labor o ganadería en Chiclana, que se marcharon a Cádiz dejando a un administrador o apoderado en la villa.
Los chiclaneros tuvieron que contribuir a alimentar al ejército francés
Entre estos, el Conde del Parque, la condesa viuda de Retortillo, el conde del Pinar, la marquesa de Montecorto o la familia Rabasquiero. Por otra parte, los vecinos pequeños agricultores y ganaderos, los que formaban la clase de vecinos pudientes, fueron los siguientes en la obligación de contribuir a los gastos con sus cortos caudales y la entrega de reses vacunas para alimentar al ejército de ocupación. No solo sufrían calamidad en sus ganados, sino que también debían acoger en sus casas a oficiales y suboficiales menguando así, aún más, sus caudales. Lo único que podían hacer era protestar ante la Municipalidad mediante un memorial (una carta-instancia) que en junta o cabildo se procedía a leer, debatir y resolver; unas veces exonerando al vecino a pagar la contribución y otras rebajando su importe.
La penuria alcanzó cuotas tan importantes que muchos vecinos morían por falta de subsistencia, pues la hogaza de pan, el alimento más esencial en aquel periodo había aumentado de precio por el arbitrio municipal impuesto y por la falta de trigo, pues para abastecer a la villa hacían falta 80 fanegas de trigo diarias que producían 2.340 hogazas de pan. Los vecinos protestaron, pero fueron inútiles sus quejas. Incluso faltó el trigo y la cebada para que los agricultores pudiesen sembrar en el tiempo de la sementera. En febrero de 1811 continuaba las peticiones a la Municipalidad. Así, se recibía una carta-orden del comisario de guerra en la que se solicitaba que “le diese razón escrita de todos los granos, aceite y vino que ha producido esta villa”. Mientras tanto, la guerra infligía severos golpes a las patrullas francesas, por lo que el mariscal Soult mandó “arrasar y allanar lo muros, vallados de los caminos y veredas”.
Antes de finalizar el mes, una operación militar aliada estaba en marcha para romper el cerco a Cádiz. ¿Quedaría entonces Chiclana liberada del yugo francés? Las primeras tropas embarcaron desde la capital gaditana el día 21 en dirección a la bahía de Algeciras, y no sin grandes dificultades, al amanecer del día 5 de marzo, alcanzaron la loma del Puerco…