Es de sobra conocido, que desde tiempo inmemorial, Chiclana, por sus paisajes y entorno, ha sido y es, lugar de recreo de numerosas familias residentes en Cádiz y en otros lugares.
Durante los años brillantes del siglo XVIII y los primeros del XIX, eran las clases burguesas de la capital, las que concurrían a nuestro pueblo, e incluso tenían aquí, sus segundas residencias.
De aquellos ricos comerciantes afincados en Cádiz, algunos de ellos llegados del norte de España, otros de Francia, de Génova o de Irlanda, eligieron Chiclana como segunda residencia y construyeron hermosas casas, todas atendiendo a las normativas impuestas por las Reales Academias, “La Arquitectura Neoclásica”.
Durante los siglos XVIII y XIX, la burguesía gaditana acudía a Chiclana
La mayoría se edificaron cercanas a las riveras del río, embelleciendo la zona con sus embarcaderos y terraplenes, estableciendo las bases de lo que luego sería la “Alameda del Río” y las zonas principales de la población, teniendo algunas de ellas hermosas “huertas-jardines”.
Aquel Siglo de Oro Gaditano favoreció enormemente a Chiclana, que llegó a convertirse, no solo en sitio de veraneo, sino en despensa de la Capital, de La Isla de León y La Carraca, surtiendo a su población de productos agrícolas, carbón vegetal, maderas, cal para las obras, etc., siendo el río, el medio más utilizado para el transporte de las mercancías. Estas comunicaciones cambiaron en los primeros años del siglo XIX cuando se puso en valor el nuevo camino terrestre que, desde el Paseo de la Cañada (Alameda de Solano), salvando los numerosos caños y salinas, daba acceso al arrecife y Puente Suazo para llegar a la Isla de León y Cádiz.
En la desaparecida Huerta Chica se construyeron nueve casas con jardines
Las vistas que ofrecía en aquel tiempo el pueblo fueron, sin duda, el germen necesario para el desarrollo del Espíritu Romántico, e hicieron que Frasquita Larrea fuese, “la primera romántica española”.
Con estos preliminares, podemos detallar los paisajes que contempló y sintió nuestra protagonista, durante su niñez, juventud y algunos años de su matrimonio vividos en nuestra población.
Ella, con su pluma describió recuerdos, nostalgias y vivencias, como vemos en un manuscrito titulado “Chiclana”, al poco tiempo de abandonar España, cuando se encontraba en Brighton, cerca de Londres, en diciembre de 1811, que comienza así:
Era un dulce rincón. Rincón alegre y festivo de la hermosa Andalucía que alguna vez, la risueña primavera señaló por suyo. A lo lejos podéis divisar este ameno valle. La blanca población de Chiclana resalta entre el perpetuo verdor de sus bosques de pinos […].
Continúa el texto situándola entre dos colinas, una coronada por la torre de un castillo medieval (Castillo de Liro) y a sus pies, un cementerio medio improvisado, construido con premura por la falta de sitio en el pequeño camposanto de la Iglesia Mayor ante la epidemia de fiebre amarilla que asoló a la población en el verano del año 1800.
En la otra colina destacaba una bella y original ermita de planta octogonal y Arquitectura Neoclásica, que pudiera evocar, el oleo de Rafael Sanzio de Urbino “Desposorios de la Virgen”.
Juan Pascual de Sorozábal diseñó una fuente en la Huerta de la Cuesta
La ermita estaba dedicada a Santa Ana, como lo es actualmente.
En su valle, el paisaje lo conformaba el río con los restos del puente de piedra, el cual no pudo inaugurar la Duquesa de Medina Sidonia, Dª. Josefa Pacheco, a causa de su destrucción por la inundación ocurrida en enero de 1740. También los cimientos de una antigua azuda, cuyos muros retenían las arenas arrastradas por el río en sus cíclicas avenidas, formándose con el discurrir del tiempo, una pequeña playa entre el puente y el ejido, donde se bañaban en las temporadas de verano las gentes del pueblo. Y en ese entorno, entre el castillo y el puente, frondosas “huertas-jardines” con sus norias y manantiales.
En el extrarradio, la estampa la formaban los esteros y los campos de viejos olivos ya en decadencia, (por la actuación de los franceses que los redujeron a cenizas). Por último pinares y viñedos en expansión.
Igualmente, numerosas casas blancas, típicas de los pueblos de Andalucía, se mezclaban con las nuevas edificaciones neoclásicas, como la Ermita de Santa Ana o la Iglesia Mayor, idea inacabada de los Ilustrados y el Clero.
En la desaparecida Huerta Chica, se construyeron nueve casas con sus pequeños jardines cercanos al río; la del matrimonio Bohl de Faber-Larrea, entre estas.
Era una casa principal de tres pisos; en su interior, un espléndido patio central rodeado de galerías con barandas de hierro y, junto a la escalera, una bomba de mano para sacar agua del aljibe. Grandes cierros y balcones corridos con guardapolvos destacaban en su fachada principal así como en la trasera. Estos últimos, con vistas al jardín y la Huerta de la Plata.
Enfrente, en la otra banda del río, sobresalían dos frondosas huertas, Jardín Chico y Grande, que dieron origen a la denominación de “Calle de los Jardines”.
En aquella casa, de la que solo conservamos actualmente su fachada original, escribieron Juan Nicolás Böhl y su esposa Frasquita, numerosas cartas y pensamientos y recibieron a ilustres personajes.
Ella decía que “escribía cuadros”, destacando entre estos, los que hacían referencia a la naturaleza que la rodeaba: su jardín y las románticas vistas que percibía desde el balcón de su gabinete.
Así lo describe en varias cartas dirigidas a su esposo Juan Nicolás, diciendo:
“Mi jardincito es la maravilla de Chiclana”, los árboles y arbustos a las cuatro partes del mundo fructifican perfectamente en él […].
Te escribo a la luz de la luna que se mete clarísima por mis ventanas. El cencerro del buey que anda en la noria […].
La noria a la que hace referencia, estaba situada en la Huerta y Fuente de la Plata y nos sirve para introducirnos en la historia de la misma.
Aquellas fincas, desde el siglo XVI, fueron parte de las denominadas Huerta Grande y de la Cuesta.
Los datos más antiguos encontrados hasta la fecha, de la Huerta Grande son del año 1561, donde aparece como propietario de la misma, Cristóbal García Granero.
La Huerta de la Cuesta en esa época, era propiedad de Sebastián de Eguiluz; posteriormente, la heredó su hija Mariana, casada con Antonio de Olmedo y Hormaza.
Éste, administró y distribuyó la huerta en terrazas, plantando árboles en su entorno para evitar los deslizamientos de tierra.
El agua de la noria era compartida por las dos huertas citadas, que estaban separadas por una hijuela que, desde muy antiguo, era utilizada por los vecinos del lugar para atravesar el río, pasar hacia el camino de Medina y también, para tomar baños en época estival.
En el año 1760, la Huerta Grande fue adquirida por el comerciante Juan Pascual de Sorozábal, natural de Pamplona y residente en Cádiz.
Posteriormente, en el año 1773, nuestro procer, después de varios intentos, adquirió también la Huerta de la Cuesta, donde encontró un manantial de agua dulce y construyó una fuente que puso a disposición de las gentes del pueblo, tal como consta en un expediente del año 1835 que se encuentra en el Archivo Municipal de Chiclana, donde dice entre otras cosas lo siguiente:
Micaela Molinar, legítima consorte y heredera de D. Pascual de Sorozábal, manifiesta pertenecer a aquella la Huerta denominada de la Plata, en la que descubierto un manantial de agua de la mejor calidad, dispuso el expresado Sorozábal construir una fuente que por mucho dinero que costó le dieron el nombre de la Plata, permitiendo el uso de ella al público […].
Continuará.