No se si sabrán, queridos lectores, que yo, desde ya muy pequeño, me declaraba abiertamente republicano, con lo que mi fe en las monarquías, cualesquiera que fueran, era un sentimiento lejos de mi imaginario. No se me alarmen, no seré ni el primero ni el último de los chiclaneros que profesa este sentir, no tendré que recordarles la conocida obra de nuestro ilustre poeta, Don García Gutiérrez, que aparecía allá en 1868 bajo el título “Abajo los Borbones”.
Pues bien, confieso que tampoco soy especialmente aficionado a los números de magia, exceptuando a los del pintoresco Juan Tamariz, ilusionista que se pasa la mitad de sus días remangado mientras arranca notas musicales a un violín imaginario.
Creer en la magia, o en la corona, requiere de ciertas dosis de ingenuidad, y de un sentimiento dócil abierto a experiencias centralistas, salvo aquí en Chiclana, donde se hace mucho más fácil gracias a nuestra querida Asociación de Reyes Magos.
Se que hablar en estas fechas de sus adorables majestades de oriente podría resultar desafortunado, porque nos encontraremos asimilando los cien cacharros que han incorporado a nuestra casa, o bien tirando de ticket para “descambiar” (admito que me encanta este término) cuantas cosas no han sido del agrado de los súbditos, pero déjenme que desde estas páginas aplauda la encomiable labor de estas personas que, sin ser magos ni reyes, consiguen hacer mucho más humana una fiesta convertida en el rellano de un centro comercial.
Creo que, a estas alturas de la película, todos tenemos una idea del resultado de una campaña más de “Ningún niño sin juguetes” pero pocos tenemos constancia de la de horas de trastienda que requiere que todos los chiclaneros puedan disfrutar de regalos en la mañana del 6 de enero. Así, todo un batallón de personas genera y posteriormente gestiona todo un patrimonio que se dedica por completo a traer ilusión y empatía a los hogares menos afortunados de nuestra ciudad.
La cuentas cuadran, salvo por un detalle, la ingente energía que estas personas dedican de manera desinteresada a que otros ciudadanos obtengan ciertas dosis de humanidad, energía que desde luego a mis ojos parece inagotable.
En resumen, si la magia existiera, que no lo sé, se debería emplear en otorgar títulos de realeza a todas estas personas, aunque estoy convencido de que renunciarían a los mismos con tal de poder volver a participar en otra campaña más. Gracias por todo.
Félix Alonso del Real (Foto-articulista)