viernes, abril 19, 2024
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Marín, el nuevo horizonte

El Museo de Chiclana guarda en sus dependencias un recuerdo para un artesano que con sus muñecas daría a conocer el nombre de Chiclana en el mundo entero

Según avanzamos en el recorrido de la Exposición Permanente del Museo o, lo que viene a ser hasta cierto punto algo parecido, en el de nuestra Historia-, van poco a poco apareciendo los nombres propios que, cuanto más atrás más se nos escamotean. Los muchos anónimos, y sus olvidos correspondientes, que tras los nombres de reyes, nobles y militares obviamente adivinamos, van dando paso, según se aproximan a nosotros los siglos, a nombres ya de aquí que el tiempo no ha borrado, nombres de personas singularmente memorables que la historia subrayó en su momento y que, así, subrayados permanecen.

Ya en el XIX, desde sus albores hasta sus tristes postrimerías, abundan -incluso en el obligado resumen que la Permanente es respecto de la Historia de nuestra ciudad- los nombres propios: Magistral Cabrera, Francisco Montes “Paquiro”, José Redondo “El Chiclanero”, Antonio García Gutiérrez, Sebastián Gessa Arias, Juan Antonio Gozález,..
Y lo mismo, en el XX. Entre otros, Rodríguez Barbosa, el Padre Salado o José Marín Verdugo.

Pepe Marín fue una persona que enriqueció la vida de sus coetáneos

A este último, persona de valía sobresaliente y personaje singular donde los haya -al que aún no hemos hecho referencia en estas páginas-, dedicamos hoy estas líneas.

En una coyuntura para nada favorable -ni económica, ni culturalmente hablando- se recorta nítido el perfil excepcional de quien, tierra, se alza sobre la tierra y avista otros horizontes para él y no sólo para él.

En una Chiclana atada a la tierra -las viñas, las huertas, la sal,…- aparece a comienzos de siglo un niño inquieto y talentoso especialmente dotado para el arte -no sólo para las artes plásticas, por cierto- que, contra los vientos adversos, no ceja en su empeño y que, más o menos comprendido por su familia pero siempre apoyado por esta, acaba comprendiendo que la vida precisa de la supervivencia y que, de alguna manera, hay que conciliar vocación y profesión, cosa que logra con creces y que, al decir de los clásicos, fundaba y aseguraba la dicha. Es así como el aquel niño inquieto, ya joven lúcido y sabiamente aventurero, deviene artesano y acaba fundando la empresa de muñecas -¡las famosísimas Muñecas (de) Marín!- que habría de darle renombre y que proyectaría, a la vez, el nombre de Chiclana en el mundo entero.

La muestra recoge algunos trazos de una aventura empresarial única

El artista, el artesano, la pequeña factoría familiar, la fábrica… Toda una vida.
A esta vida, a la obra de esta vida, dedica el Museo un rincón especial. Un rincón que recoge, en unos cuantos trazos significativos pero siempre insuficientes para una empresa de tal calibre, el devenir de aquella idea originaria, el desarrollo de aquel proyecto ilusionante y voluntarioso. Las muñecas flamencas más típicas (de los sesenta o setenta) que, al nombre de Marín, se nos vienen de inmediato a la mete, otros ejemplares bastante más antiguos también, muñecas de la última hornada (con diseños ya de Ana Marín Andrade -nuestra queridísima Anita Marín-) y bocetos originales del propio Marín, piezas todas que la familia tuvo a bien depositar en nuestros espacios expositivos. Un aperitivo sólo para despertar el interés por un sueño -también sueño colectivo- que fue un mundo. El nuestro.

La colección incluye distintas muñecas de diferentes épocas de fabricación

Hay personas que pasan por nuestra realidad “encareciéndola”. Otras, en cambio, la enriquecen. Viendo donde nadie veía. Poniendo donde no había antes. Sumando. Pepe Marín perteneció a este último grupo. A él y cuantas personas lo hicieron posible dedica el Museo un recuerdo agradecido.

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