El pintor chiclanero Sebastián Gessa se convirtió en maestro para numerosas y destacadas pintoras presentes en el Museo de Chiclana
Jesús Romero
No es que fuese el suyo un caso único, pero sí que resultaba infrecuente que un pintor -un hombre, al fin y al cabo, que pinta- consagrase la mayor parte de su obra a las flores.
Considerado el bodegón, que poco a poco fue haciéndose un hueco como protagonista en nuestra pintura, género menor pese a las cimas alcanzadas, entre otros -y entre nosotros-, por Zurbarán o Sánchez Cotán -artistas en los que el bodegón se nos muestra ya suficiente, ajeno a la necesidad de un tema mayor, trascendente o no, que lo justifique y dignifique-, no entraba por lo general dentro de los planes de un artista con talento y ambición.
Pero es que no se trata sólo del bodegón. Es que hablamos, además, de un subgénero en toda regla: el bodegón de flores. Porque que un hombre pinte bodegones de caza -vuelta de tuerca sobre el concepto y la expresión “naturaleza muerta” con que a menudo entendemos y expresamos el asunto- tiene todavía un pase. Pero que vuelva una y otra vez, con ocasionales paréntesis, sobre las flores…
El artista chiclanero está ampliamente representado en el Museo del Prado
Pues esto es, ni más menos, lo que hizo Sebastián Gessa en un tiempo en el que, a las puertas de una renovación/revolución de las artes plásticas insólita, todavía se estilaba el costumbrismo y la pintura historicista más dramática, escenográfica y teatrera.
Gessa, pintor chiclanero del XIX ampliamente representado en el Prado, fue, además de pintor magistral -literalmente magistral a través de sus obras-, maestro también de artistas, profesor de pintura quiero decir. Pero no tanto de pintores, no, cuanto de pintoras.
¿Qué podía pintar, sin acceso a la academia -en todos los sentidos, también a la academia entendida como estudios anatómicos realizados a partir de modelos desnudos-, una mujer con cierta afición entonces? ¿Pintura histórica? ¿Escenas bíblicas? Sin dominio de una anatomía necesaria cuyo acceso se les dificultaba o se les negaba, quedaban las mujeres excluidas de los grandes encargos, aquellos que daban fama, prestigio… y dinero.
Así las cosas, no es de extrañar que las señoritas “bien” -las otras difícilmente podrían pintar nada de nada- se volcasen en el bodegón, género éste que les permitía dedicarse a la pintura -ocio o negocio incipiente- sin tener que abandonar en exceso las paredes “protectoras” de su casas, generalmente las de “ellos”. Pero una señorita “bien” no frecuenta, por lo general, los fogones. Tal vez por ello, las señoritas que aspiraban a pintar o pintaban centraron su atención -no del todo libres- en el subgénero del bodegón floral.
Siendo así, Gessa Arias aparecía, al respecto, como el maestro idóneo y no fueron pocas las pintoras -o los familiares de éstas- que, al reclamo del prestigio de Gessa como “el pintor de las flores”, solicitaron los servicios del chiclanero. Y no muy mal se le debió de dar la cosa vistos en ellas -y sobre el previo talento de ellas- los resultados de su magisterio.
Abundan entre las selectas alumnas de Sebastián Gessa Arias pintoras de relieve, nada desdeñables, que con frecuencia alcanzan, cuanto menos, el nivel incuestionado del maestro. Un buen número de estas pintoras se hallan también presente en el Museo del Prado, un museo que en los últimos tiempos está rescatando a “las olvidadas”, que así las llamó Ángeles Caso en su interesante trabajo de hace ya un tiempo.
El Museo de Chiclana, buscando ahondar en Gessa, dio con ellas y, tras largos meses de indagación y rastreo de piezas, les dedicó hace unos años una exposición de óleos, dibujos y acuarelas que nos hicieron conocer entre otras a Julia Alcayde, Marcelina Poncela, Adela Ginés, Maria Luisa de la Riva, Fernanda Francés, etc… Desde entonces, las obras de algunas de estas pintoras ocupan un lugar en nuestra Exposición Permanente.