Cuando pasa un año de que nos atropellara el COVID-19, de que re definiera cada uno de nuestros movimientos, expertos y contertulios de toda casta se afanan en hacer números y yo, queridos lectores, como entenderán, no voy a ser menos.
Hacer números de un desastre no suele ser complicado. Acude uno a las fuentes oficiales y puede ver, con cierto escepticismo “conspiranoico”, por supuesto, que la cifra de personas fallecidas este año, por causa del virus, es del todo inasumible. Estaría bien saber cuántas personas han desaparecido por causa de otras dolencias, que normalmente se podrían resolver pero que en estado de excepción quedaron en otra cuenta, la de daños colaterales.
Pero dejen que les hable de otras cifras, que ya se encargarán las autoridades de decirnos cuán terribles van a ser las consecuencias económicas de esta enfermedad. Yo les hablaré de lo que mi memoria curiosamente asocia a este pasado año.
Comenzaré recordando los miles de rollos de papel higiénico que seguro aún atesoran en sus hogares. Les hablaré de los cientos de personas que con rotundidad afirmaban que el virus pasaría de largo de nuestro país, incluso de nuestro municipio, como si una fina película nos reservara de los males que afectan a la generalidad.
cientos de personas afirmaban con rotundidad que el virus pasaría de largo de nuestro país
Se me viene a la memoria que apenas podías ver una sola persona en la calle de La Plaza, cuando ibas a por pan cada tres, cuatro días. Decenas de mujeres bienintencionadas cosían, con patrones procurados en Internet, mascarillas de esas que llevaban los médicos y los locos de los japoneses. Hay que ser horteras. Llegaban las primeras noticias de un conocido que se había quedado en el camino.
Ya recuerdo, desde el principio, ver a grupos de personas que se saltaban “a la torera” cuantas normas nos impusimos para procurar detener la sangría, las mismas que no renunciaron a un encuentro familiar, a una cena de navidad, a ir a la comunión de un sobrino. Espero que no tuvieran que lamentar la pérdida de ninguna persona cercana. Otros muchos lo hemos hecho.
Esta efeméride es quizás poco conmemorable pero debería ser didáctica dadas las fechas a las que nos acercamos, nuestra querida Semana Santa. Todos, todas, estamos deseando recuperar cierta normalidad, pero nunca puede ser a costa de una sola persona más.
Artículo de Félix Alonso del Real