viernes, marzo 29, 2024
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Cincuenta años de la Riada del Iro

L.ROSSI/T.ARIZA/Chiclana
Alo largo de estos 50 años han sido muchas las voces que han recordado el acontecimiento que marcó la historia de Chiclana. Vecinos que sufrieron en primera persona las inundaciones producidas por el desbordamiento del río y que han quedado en el subconsciente colectivo de la sociedad que, cada vez que llueve, está con la mirada puesta en el Iro.
Amaneció gris la mañana y, aunque no había llovido con demasiada intensidad, las nubes presagiaban que la jornada sería dura. Esta sensación la tenían todos los testigos que ha  querido compartir aquellos recuerdos. Así, Diego Vela, propietario del célebre bar ‘El 22’,  sufrió en su establecimiento las consecuencias de la riada del 19 de octubre de 1965, cuando el agua superó los dos metros de altura durante tres horas en su local.  Sobre las doce del mediodía Diego estaba en el bar atendiendo, como siempre, a su fiel clientela cuando comenzó a salir agua de los aseos. Intentó sin éxito retirar todo lo que pudo, pero la crecida del río no le dio tregua por lo que finalmente, cuando literalmente “tenía el agua al cuello” decidió abandonar el local y subir a su casa junto a su familia. Desde la azotea, casi no podía creer lo que veían sus ojos “hay muchas fotografías de la riada, pero ninguna recoge la impresionante imagen que yo pude ver del agua pasando por encima del Puente Chico” relata Diego mientras señala hacia el lecho del río. En su casa conserva un reloj de piedra –que es el dibujo que ilustra este especial de la Riada- que marca las dos menos cuarto en recuerdo de la hora a la que el agua alcanzó su máxima altura.

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Algo parecido le ocurrió a Manuel Aragón, que era un adolescente cuando vivió el suceso y trabajaba en el negocio familiar, establecimiento que sigue regentando en la actualidad, la tienda de calzados Casa Eloy. Narra que un comerciante de Conil dio la voz de alarma en la tienda de la calle La Plaza, cuando empezó a entrar agua rompiendo las puertas. Manuel estaba con su hermano intentado salvar el negocio mientras veía cómo salían los barriles de las bodegas a mucha velocidad dando vueltas sobre el agua, incluso que un camión que estaba en la Casa Cañizares (unos metros más abajo) empezó a dar vuelta hasta llegar a la otra esquina de la calle. El caos se había apoderado de la ciudad, al menos de la zona céntrica, la más poblada.
Aragón recuerda que la gente estaba subida a las azoteas y que los helicópteros de la marina empezaron a rescatar a los vecinos. “La Guardia Civil salvó muchas vidas, en la zona de El Pilar sobre todo”, cuenta con gratitud el chiclanero.

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Quizás los vecinos que todavía recuerdan con cierto pesar la tragedia, pero con mucha inocencia, son los que entonces eran niños. Dos de ellos nos cuentan cómo estaban en el colegio y, aunque llovía, no era demasiado. Paralelamente se narran dos versiones de los hechos, en las voces de Francisco Morales y de María Antonia Moreno.
Morales, que actualmente trabaja en el Casa de la Cultura, cuenta que tendría unos doce años y que estaba con su hermano en el Colegio Nacional Calvo Sotelo (actualmente CEIP Alameda). De pronto les llevaron para el comedor escolar donde hoy se encuentran los Agustinos, querían que al menos comieran. Allí también se encontraba María Antonia que, con apenas cuatro años, estaba viviendo el suceso de primera mano. La maestra y encargada del comedor era Victoria Baro.

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Cuentan ambos cómo en todo momento mantuvo la calma de los niños y que logró salvar las vidas de todos ellos, a pesar de que el agua llegaba con celeridad desde los tobillos hasta la cintura.  María Antonia Moreno, hoy residente en la vecina Isla de León, recuerda que se subieron con los platos encima de la mesa, “para los niños era como un juego, aplaudíamos y nos reíamos porque no sabíamos bien lo que estaba pasando”.
Para el rescate de los más pequeños llegó un hombre con un camión, “el típico Ebro con la cabina roja” al que, según cuenta Morales, se le mojaron las baterías y ya no arrancaba, por lo que se quedaron “navegando” a merced del agua. “Por la Casa Cañizares nos tiraron cuerdas y escaleras pero no hubo forma de agarrarse”, comenta recordando que, incluso, los sacerdotes que acompañaban a los niños empezaron a darles la extremaunción. Estuvieron así desde las dos de la tarde hasta las seis, cuando ya, por fin, lograron sujetarse a un sierro. Esto mismo es lo que comenta María Antonia, quien recuerda cómo se dio un golpe en la cabeza al subir al camión, de la mano de su hermano que había ido por ella. La llevaron hasta Santa Ana y allí esperó, aunque el ahora empleado de la Casa de la Cultura recuerda, de manera más nítida, que fueron llevados al sanatorio –hoy Edificio Brake- donde los padres buscaban a sus hijos. Hubo gente que no pudo verlos hasta el día siguiente. A él le pasó algo parecido, puesto que eran doce hermanos y algunos estaban en Solagitas, otros en Santa Ana y él, que se encontraba en el antiguo sanatorio. Recuerda que esa noche los vecinos hicieron una olla de comida, papas con carne, “con más papas que carne”, cuenta con media sonrisa el chiclanero al que todavía se le eriza el pelo cuando recuerda estos días.
Un conocido personaje de la localidad, Manuel Barberá ‘Manguita’, también describe cómo utilizaron las embarcaciones de su familia para navegar sobre las calles y rescatar a la gente, incluso a él, que se hallaba en un tejado, lugar de donde fue recogido con una de sus hermanas, por un helicóptero de la Marina. “Con los nervios, se balanceaba tanto la cuerda que nos caímos al agua”, cuenta Manguita, pero “afortunadamente nadie perdió la vida”. Esto es lo que perciben continuamente los chiclaneros todavía hoy. Pese a la catástrofe, la tragedia de perder las casas y establecimientos, la esperanza de sacar adelante al pueblo era más importante.

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«La imagen del bar, a la mañana siguiente era desoladora, todo lleno de barro, sillas y mesas amontonadas, enseres rotos…» En el caso de Diego Vela se puso manos a la obra y consiguió levantar de nuevo el establecimiento; Manuel Aragón sacó adelante el negocio gracias a la venta incesante de botas de agua; y ‘Manguita’ montó un establecimiento que con el tiempo llegaría a ser un referente marisquero. Eso sí, todos, cuando empieza a llover, están pendientes de la subida del río y como cuenta Francisco Morales, “todos estamos preparados por si ocurriese otra vez la tragedia”.

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