La parte escondida del río

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La pesca de róbalos a la altura del Puente azul y de lenguados en el lecho fangoso del río son evidencias de que sus aguas gozan de buena salud

Me aseguraron, tan solo hace unos días, que se están pescando róbalos, de apreciado tamaño, a la altura del Puente azul y que además aguas arriba donde se encuentra la Pasarela peatonal que une el Arenal con la calle Amontillado algunos pescadores arrojados, hundidos hasta medio muslo, buscan y obtienen entre el fango del lecho del río gustosos, por su sabor, grandes ejemplares de lenguado. Son síntomas de que el río está sano y es fácil que los lenguados suban el río, con la marea, para desovar en la parte más alta. Es una prestación más que el río nos hace a los chiclaneros que lo conocen.

En estos días en que la Pleamar coincide con el mediodía es de lo más agradable el contemplarlo, exultante de agua limpia y verde vegetación, cuando se cruza por sus puentes.
No obstante, porque ya estamos en verano y se fueron las lluvias, tal vez no sea lo más apropiado el comentar en estas fechas el papel de gran aliviadero de aguas pluviales, de lluvia, que juega nuestro río a su paso por la ciudad. Pero no deja de ser una realidad, otro servicio más que el río nos presta al transigir en servir de cauce extraordinario de casi todas las aguas de lluvia que caen sobre las casas, calles y plazas de nuestra ciudad.

Palmetín, Valsequillo, de la Cueva, Salado o Cañuelo más muchos otros son nombres de afluentes que llevan las aguas de escorrentía por unos surcos, lechos, que aunque secos en verano se suelen colmatar en invierno y son visibles debido a la vegetación de sus márgenes, en todo tiempo.

En la ciudad ya consolidada no pueden existir estos “caminos del agua” digamos que naturales, pero sí existen escondidos debajo de las calles auténticos cauces de aguas pluviales que vierten o bien directamente al río en su tramo más urbano o lo hacen a través de una estación de bombeo situada en su margen izquierda y en la también llamada calle Iro.

De los más importantes y llamativos de estos “efluentes escondidos” es el que atraviesa bajo la calle Churruca y pasando por debajo de la Alameda Lora y las calles Constitución y Plaza, se encamina hacia el río. Los más mayores habrán conocido a la calle Churruca por su nombre popular como de la Gavia. Ésta palabra, que la define el RAE, como zanja que se abre en la tierra para desagüe, rememora la existencia de aquel cauce en el que confluían todas las aguas que provenían del Santo Cristo y Palmaretes, y que al llegar a la calle Hormaza se les unen todas las provenientes de Santa Ana, juntas conseguían unificar un intenso caudal que en muchísimas ocasiones inundaban las partes más bajas de la calle de la Plaza, lugares que ostentan la menor cota de las que se producen en Chiclana.

Por la razón explicada, los propietarios de la ya añeja tienda de calzados, “Casa Eloy”, situada en la esquina de Arroyuelo con la calle de la Plaza, a lo largo de muchos años y de padres a hijos, han convertido en tradición el colocar unas tablas en las puertas de entrada del comercio con objeto de impedir la entrada de las aguas, tablas que colocan en el momento que divisan en el cielo, aunque tan solo sean algunos nubarrones.

Curiosamente en el traslado del Matadero Municipal de su primer emplazamiento situado en la actual calle de Nª Sª de los Santos, justo detrás del actual Museo Municipal influyó enormemente la existencia de este “río”, que sí corría por la superficie de calles , en el mejor de los casos, empedradas. Se admitió una queja de los vecinos que veían como cada vez que llovía con cierta intensidad, las vísceras y sangre del ganado degollado y tratado en el matadero, llegaban desplazados por la lluvia, hasta la puerta del Ayuntamiento y el Mercado de Abastos. En la actualidad todas estas conducciones subterráneas, cada vez de más sección confluyen en el río taponadas con unas “compuertas de clapeta” que facilitan la salida del agua al río pero impiden el acceso del agua del río a las conducciones.

Aún hoy existen en el extrarradio de la ciudad dos grandes gavias que alivian las aguas pluviales, una ancha y profunda discurre bordeando el Polígono Urbisur y las salinas de Bartivás y recogen las aguas procedentes de Marquesado atravesando la carretera de acceso mediante una conducción de hormigón de grandes dimensiones y la otra bordeando la huerta-fuera de la salina de San Enrique y recoge las aguas del cementerio antiguo.
De todas maneras la única forma de poder desalojar las aguas de las zonas más bajas, que coinciden con el Centro del Casco Urbano es mediante el bombeo que se producen en las dos estaciones situadas a ambas márgenes del río.

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