viernes, abril 26, 2024
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El libro en el Museo (IV)

La sala 5 del Museo de Chiclana dedica un notable espacio para García Gutiérrez, con piezas como su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española

Un pequeño grupo de piezas estrechamente vinculadas y de no poco interés para nosotros se encuentran reunidas en la Sala 5 del Museo, sala que -por dedicada a ilustres personajes del XIX de aquí o casi- reserva un notable espacio para García Gutiérrez, espacio que empieza, dado el crecimiento de nuestros fondos, a quedarse ya pequeño.
Las piezas mencionas resultan a primera vista bien dispares: un texto de imprenta de 1984, un texto mecanografiado con añadidos y correcciones manuscritos y un texto publicado bastante tiempo atrás.

La poesía vulgar castellana fue el tema de su discurso de ingreso en la RAE

Este último texto referido -cuyo original, impreso en 1862, mostramos en vitrina al visitante- es, tal reza el título mismo de la publicación, el “Discurso leído por el Señor D. Antonio García Gutiérrez en el Acto de su Recepción” como académico el 11 de mayo de 1862 cuando, fallecido Gil de Zárate, vino el poeta chiclanero a ocupar su vacante en la Real Acdemia de la Lengua Española. En dicho discurso, y antes de adentrarse en el asunto del mismo, vuelve tácitamente sus ojos -los ojos del tiempo, que Quiñones dice- a nuestra tierra rememorando una infancia que presagiaba futuro muy distinto a nuestro autor. Orgulloso de haber llegado hasta ahí, asume con humildad su logro. Humildad y orgullo compatibles como este fragmento del texto evidencia: “El que hijo de pobres y humildes padres, teniendo por punto de partida un origen modesto, se ve hoy colocado en una de las posiciones más envidiables a que puede aspirar el hombre de letras, algo habrá hecho para ello; algunos esfuerzos, si no de talento, de laboriosidad y constancia ha debido llevar a cabo.” Con estas palabras intentaba García Gutiérrez justificar su elección por parte de la Academia. Y así, presente en él su origen humilde, asume el reto con “humildes aspiraciones” y vuelve “los ojos hacia los primeros días de su existencia” para pedir “al pueblo, en cuyo seno ha nacido y se ha formado, el objeto de su discurso”, un discurso que, partiendo de “la índole poética del pueblo español”, tendrá por objeto “la poesía vulgar castellana”.

«Las Albinas» acogió la celebración del centenario de la muerte del poeta

Este es el motivo último que justificó, en la conmemoración centenaria de su muerte, la gala flamenca que los organizadores tuvieron a bien diseñar. El original mecanoescrito de la presentación de este evento es otra de los documentos expuestos en esta Sala 5 antes referida, y en él se vincula de modo expreso la mencionada gala con el discurso de ingreso en la Academia. Este texto introductorio repasa, en buena muestra, esas “coplillas populares” que en su día centraron la atención del poeta y en el presente sigue nutriendo la formación del pueblo a través, por ejemplo, del cante flamenco.

Algunos versos manuscritos salpican, añadidos, el texto, un texto en el que, a mano también figuran los nombres de quienes pusieron voz y rúbrica al recital flamenco, los de José Menese, Calixto Sánchez y Rancapino. A estos se añade, también manuscrito, el nombre de otro flamenco -de otra manera de serlo y expresarlo-, el de Juan Farina. Lo cito aquí porque en el programa impreso no aparece, pero la memoria busca contra el olvido sus caminos.

Quien no aparece en el texto de presentación, pero sí en el programa, es Enrique de Melchor -a la guitarra, claro-, que sí que estuvo. Entonces. Y allí. En la Bodega “Las Albinas” -guiño a esas bodegas de aquí que durante un tiempo arrimó su hombro a la cultura, igual que algunas hacen o lo intentan todavía-, que fue donde tuvo escenario y marco adecuado la cosa que presentó el popular locutor de radio Luis Baquero.
Tres piezas que hoy recuerdan un tiempo de ayer que pretendió recordar otro tiempo, un tiempo más remoto que camina, como todos -los tiempos, los versos, nosotros-, hacia el silencio.

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